PDVSA en mis historias y en las del país

Daniel Mora-Brito

cronicasdecaracas.blogspot.com 05/2009

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(viene)

Si la medida utilizada para aniquilar a la antigua PDVSA hubiese sido técnica –y sólo un gerente incapaz aniquilaría algo por no poder cambiarlo utilizando mecanismos institucionales–, la justificación de los despidos no sería menos absurda, pero medianamente más creíble. Aún así, ¡dudo mucho que existiera alguien dispuesto a proponer el despido de veinte mil personas para encaminar una reingeniería de procesos! En resumidas cuentas, el gobierno venezolano sólo quiso lanzar por tierra la experticia del personal más calificado del país para reivindicar su resentimiento y falta de integridad, y adueñarse por completo y sin control alguno del único recurso que podría financiar una proto-revolución socialista. Es simple pragmatismo.

La crítica de que la antigua PDVSA era un élite monolítica pierde sentido en el mismo instante en el que el gobierno venezolano triplica su plantilla de empleados, y pone al mando de un organización tan compleja a una partida de ignorantes cuyo mayor logro ha sido aplaudir rabiosamente las atrocidades del régimen o declararse a sí mismos rojos rojitos. Sin querer mezclar el sector público con el privado, puede decirse que lo mismo pasó con grandes empresas alemanas durante la emergencia del nacionalsocialismo alemán, con la única diferencia de que los grandes gerentes de la era nazi eran mucho más inteligentes (y más despiadados también). Eso no les resta culpa de ningún modo, sino que habla de una clase dominante con más consistencia ideológica.

No puede afirmarse dogmáticamente que PDVSA carezca hoy de personas íntegras y capaces –partiendo del supuesto de que deberían ser canonizadas, por el hastío existencial que debe producir menuda asfixia política–, pero la misión y visión del ahora hacen difícil que sus propios empleados puedan dejar rastros de racionalidad en su trabajo. Al no comulgar la filosofía chavista con los principios típicos del capitalismo (la competitividad, la eficiencia empresarial o la generación de riqueza), una empresa del estado venezolano no puede guiarse por los mismos patrones corporativos que regulan el funcionamiento de otras en climas de libre mercado. Por ese motivo, ahora PDVSA, sacando del torrente del tesoro montos superiores al 6% del PIB cada año, es capaz de financiar lo que la misma filosofía chavista entiende distorsionadamente por desarrollo. Así la empresa pasó de ser pionera en la extracción, la refinación y la orimulsión, para dedicarse a producir línea blanca, gerenciar proyectos de desarrollo social o distribuir alimentos. Nada de esto incluye, por supuesto, la venta de patentes, la transferencia de instalaciones estratégicas a gobiernos extranjeros, y la comercialización de petróleo con condiciones de pago ridículas y tasas de retorno irrisorias. Por último, el saldo es uno solo: los dividendos de la segunda mayor bonanza petrolera del país desde la primera presidencia de Carlos Andrés Pérez, fueron lanzados al retrete. En la Belle Époque revolucionaria, PDVSA es el más perfecto ejemplo de la centralización a la usanza soviética. Échele un vistazo a cualquier libro de historia donde se documente el funcionamiento del aparato industrial bolchevique (si no es que prefiere estudiar el caso cubano) y verá que los parecidos con la realidad son escandalosos.

Lo otro que nos queda es un complejo petrolero venido a menos, de instalaciones maltrechas y personal raso desmoralizado. También queda una empresa que utiliza sus aviones, activos del Estado, para transportar a los amigos de Chávez por el mundo, luego de que se vendiera a precio de gallina flaca su flota a razón de su supuesto uso ilícito. No se quede atrás la PDVSA de la boliburguesía o el neo-riquismo chavista, que cobra sueldos astronómicos, estudia en universidades extranjeras devengando becas de miles de dólares mensuales –para supuestamente equipararse en conocimiento y dignidad a los especialistas que levantaron el negocio desde sus inicios– y que toma bebidas espirituosas costosísimas en cualquier restaurante del país (o del mundo). Es la misma gente que dijo que la élite grosera de PDVSA debía desaparecer, y la misma que ha trabajo desde 2002 para hacer que Hugo Chávez lance por la borda novecientos mil millones de dólares en nombre de una utopía socialista. Oportunismo del bueno. Pan y circo.

¿La historia los absolverá?

Elías Pino Iturrieta dice que la historia no absuelve a nadie, y que cada quien es responsable de dejar sus propios rastros en el tiempo, sujetos a las sentencias que cada generación se sirva en expedir. Si las cosas marchan medianamente bien en un futuro, podemos decir entonces que el chavismo está escribiendo las páginas más tristes de la historiografía patria, adjudicándose a sí mismo la destrucción del músculo industrial que motorizó por cuatro décadas la democracia en Venezuela. A diferencia de la fórmula que construyera Diego Bautista Urbaneja en su célebre libro “Pueblo y petróleo en la política venezolana del siglo XX”, cuyo centro de gravedad reposa en la maximización del consenso y la minimización del conflicto por vía de la renta petrolera, el actual estado de las cosas muestra un tránsito por el canal contrario. Desde 2002, el petróleo ha servido la causa de la intolerancia, la división y la separación de los venezolanos en dos pueblos casi diametralmente opuestos (por no decir enemigos). Sí, ha financiado con tremenda opacidad el aparato asistencialista del Estado –misiones, subsidio de alimentos, recursos para los consejos comunales–, pero ¿a qué costo?

La industria petrolera es hoy un carcamán viejo y recalentado, que ha perdido nichos de negocios importantes, capacidad de producción y calidad. En las palabras de Horacio Medina, es la PDVSA de hoy “una empresa altamente endeudada que, además, no cumple con sus compromisos de pagos, ni en Venezuela ni en el exterior; con una capacidad de producción que con toda seguridad no supera los dos millones seiscientos mil barriles por día; que ha destruido la planta refinadora del país y que está desmantelando el circuito internacional; que se ha dedicado a explotar la vieja ‘mina’, regresando al esquema rentista, pero que no ha creado nuevas riquezas para ser explotadas ni ha desarrollado negocios aguas abajo en refinación, gas o petroquímica; que ‘liquidó’ el negocio de la orimulsión, para satisfacer caprichos personales y beneficiar a socios, en contra del patrimonio y la soberanía nacional; sin respaldo tecnológico; una empresa cuyos costos de producción se han multiplicado; no auditable y totalmente desprestigiada con incontables demandas por incumplimientos de contratos; altamente corrompida y politizada. La lista sería infinita. Pero esto es lo que tenemos y lo otro lo que pudimos tener y perdimos”.

Como diría Óscar Yanes, “así son las cosas”. Seguimos la crónica.

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