Realpolitik; por Fernando Mires

imageEl tema de la Realpolitik ha sobredeterminado otra discusión que tiene lugar en latitudes muy lejanas a la Alemania de Merkel y a la Turquía de Erdogan. Pues, precisamente cuando Merkel era atacada por llevar a cabo una política realista, en la OEA, su secretario general Luis Almagro presentaba un documento destinado a activar la Carta Democrática, procedimiento mediante el cual el gobierno de Venezuela deberá ser cuestionado por su dictatorial política interior. Para muchos, una heroica quijotería. No obstante, Almagro en su función no podía hacer otra cosa. Lo que está en juego en este momento es la credibilidad de la OEA.

En cierto sentido la actitud de Almagro también sigue principios derivados de una política real.

Hablando en términos reales en Venezuela no solo hay una catástrofe económica inducida. Hay además presos políticos destinados a ser canjeados, hay una justicia adherida al poder ejecutivo y sobre todo –esto es lo que importa más a Almagro- hay un desconocimiento de la voluntad ciudadana expresada en la sustitución de la Asamblea Nacional por un mercenario Tribunal de Justicia. La supresión de la potestad parlamentaria venezolana podría sentar un caso precedente que no debe ser seguido por ningún país latinoamericano. Había entonces que actuar.

Desde el punto de vista político, Almagro sobrevaloró tal vez la disposición democrática de los gobiernos representados en la OEA. La impresión general es que la condena al gobierno de Venezuela no será mayoritaria y si lo es, lo será a través de documentos muy amplios y difusos. Contrasta ese hecho con las declaraciones emitidas por una gran cantidad de ex-presidentes latinoamericanos.

La mayoría de los ex-presidentes han condenado de modo categórico las violaciones a los derechos humanos y políticos que tienen lugar en Venezuela . ¿Cómo explicar esta aparente contradicción? La respuesta no puede ser más simple: mientras los ex-presidentes opinan de acuerdo a principios elementales de la ética política, los presidentes en ejercicio lo hacen desde el punto de vista de los intereses políticos que representan.

Al parecer nos enfrentamos con una discordancia entre ética y política real. De acuerdo a Kant, cuando se presenta esta discordancia estamos frente a un síntoma  de mal funcionamiento en la ética o en la política. Pero si seguimos la línea de Maquiavelo y no la de Kant (o lo que es casi lo mismo, la de Schmitt y no la de Habermas) no podemos sino conceder cierta razón a los gobiernos hoy tildados de cobardes por un sector extremadamente emocionalizado de la opinión pública venezolana.

Política es lucha por el poder. Ese es el único punto en el cual están de acuerdo todos los filósofos políticos de la modernidad. Eso no significa que la política sea inmoral. Solo significa que la moral política, a diferencias de la moral personal, debe estar  subordinada a objetivos y relaciones de poder. O si no, no es política. En cambio, si un político falla a los intereses de quienes lo eligieron, no acata a la moral de la política.

En términos más claros: los gobiernos latinoamericanos solo condenarán al régimen de Venezuela bajo la condición de que esa condena no signifique aumentar problemas internos o, si mediante el acto de condena pueden obtener ciertas ganancias políticas, o si el gobierno de Venezuela atenta en contra de la soberanía nacional de uno o varios países.

La política es y será así. Es por eso que a ciertos columnistas  venezolanos, desatados en vendavales de injurias en contra del “traidor” presidente Mauricio Macri solo se les puede recomendar que escriban sus próximos artículos en las revistas del corazón. Porque de política no entienden nada.

Pensemos políticamente: Macri comenzó su gobierno aplicando correcciones económicas al precio de polarizar la de por sí muy polarizada política argentina. Luego del periodo de ajuste, Macri decidió llevar a cabo un intenso programa de política social. Para ello requiere del apoyo del Parlamento, esto es, del peronismo no-cristinista. En síntesis: Macri necesita des-polarizar. En ese marco –mucho más que en la candidatura de la señora Malcorra a la secretaría general de la ONU- se inscribe la política internacional del gobierno Macri.

Desde el punto de vista de una moral universalista, Macri puede ser criticado. Pero, hay que tener muy claro que esa moral no tiene nada que ver con la moral de la política real. Al fin y al cabo los electores de Macri lo eligieron para que terminara con la ineficacia política, administrativa y económica con la que sumió el cristinismo a Argentina y no para que liberara a Venezuela de alguna tiranía. Duro es decirlo, pero así son las cosas.

Por esas mismas razones los venezolanos no deben esperar que la solución de sus problemas provenga desde alguna galaxia o desde la OEA. En el mejor de los casos una resolución internacional podría ayudar a deslegitimar algo más al gobierno. Pero la liberación política de la nación solo puede ser llevada a cabo desde el interior, luchando todos unidos a favor de la única posibilidad democrática que se presenta en estos momentos: el revocatorio.

Eso también es realismo político. Eso también es Realpolitik.

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Prodavinci – 6 de Junio 2016

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