Omisiones

“Omisiones”
En Venezuela, las cosas se omiten por millones de toneladas.

Manuel Caballero

Un vocero del PUSV, de cuyo nombre no quiero acordarme pero que resulta muy bien definido como uno de esos que Antonio Machado despreciaba porque “embisten cuando les da por usar de la cabeza”, acusa a la oposición de estarse aprovechando con fines bajamente políticos de algunas “omisiones” del Gobierno. Se refiere a las toneladas de alimentos podridos que día a día aparecen como evidencia de un delito sostenido y encubierto, tal como la famosa smoking gun, la “pistola humeante” que en las novelas policíacas, el criminal deja a veces olvidada con sus huellas digitales en la escena del crimen.

Pero no vamos a devolverle la pelota, diciéndolo algo así como “¡más bajamente aprovechador será usted!”. Nada de eso: vamos a examinar su argumentación refiriéndonos al texto de esa declaración.

La cosa en sí
Hay allí una palabra que nos llamó la atención, y que trataremos de diseccionar en primer lugar: “omisiones”. Desecharemos comparaciones para hablar de lo que los filósofos llamarían “la cosa en sí”.

Acudiremos entonces al venerable Diccionario de la Real Academia Española. Para el DRAE, “omisión” es “Abstención de hacer o decir”. Aquí no nos queda más remedio que dar la razón al cabezudo declarante: no niega que el Gobierno haya dejado podrir millones de toneladas de comida destinadas a cubrir la “seguridad alimentaria”; tan sólo que no lo dijo. Y eso por “flojera o descuido del que está encargado de un asunto”, que es la tercera acepción de la palabra en el mismo DRAE. Lo cual es una acusación gravísima contra Rafael Ramírez, por ser él quien estaba “encargado del asunto”. Íbamos a cerrar el diccionario cuando nos dimos cuenta de que él nos remitía a “pecado de omisión”. Y aquí quien sale acusado es el propio vocero del PUSV: así no se trata a un camarada.

Un pecado también nefando
Pero, dirá el declarante, dura lex, sed lex: la ley es dura, pero es la ley. Porque nadie salva del infierno a quien se quedó callado sabiendo lo que se estaba pudriendo, por ser la omisión pecado (también) nefando “en el que se incurre dejando de hacer aquello a que uno está obligado por ley moral”.

Ya esto es grave, y basta para mostrar que Rafael Ramírez no es santo de la devoción de quien declarando eso lo está enviando a achicharrarse en la quinta paila del infierno. Pero hubiera podido emplear cualquier otra palabra para designar ese hecho que, según él está sirviendo a la oposición para su campaña. Pero no, el empleó el vocablo “omisión”. Con lo cual cometió lo que Freud llamó uno de esos “actos fallidos” o para decirlo en el lenguaje freudiano de la calle, “lo traicionó el subconsciente”. Porque al hacerlo, está descubriendo el verdadero delito, mucho peor que haber dejado podrir toneladas de alimentos “por flojera o descuido”.

Peor que podrido
Pero, ¿puede haber algo peor, más nefandamente pecaminoso que dejar podrir millones de toneladas de alimentos mientras los niños de la calle deben hacer riesgosas maromas para, al final de cada día, poder llevarse un mendrugo a la boca?

Como diría Ripley, aunque Ud. no lo crea, lo hay. El miércoles pasado, Teodoro Petkoff citaba un “memorándum confidencial” que pese a esta última condición conocen en Pdvsa hasta los porteros. Allí, Jesús Villanueva informa a su jefe, Rafael Ramírez, de la compra por Pudreval (a través de Bariven) de un millón de toneladas de alimentos entre 2007 y 2008. De ese millón, llegaron a Venezuela quinientas mil toneladas, de las cuales a su vez, se pudrieron apenas ciento veinte mil. Como se ve, la cosa no es tan grave como la pintan los escuálidos, pues si se pudrió esa cantidad, la mala fe de la oposición oculta lo positivo del asunto: que el Gobierno revolucionario logró salvar nada menos que 380 mil toneladas: ¡Eso no lo habría hecho el puntofijismo !

Una pequeña omisión
Aceptémoslo. Pero aún así, queda un pequeño problema, o para decirlo con la palabra que más nos ha llamado la atención en todo esto, una pequeña “omisión”. El memorándum de Villanueva habla de un millón de toneladas, de las cuales la revolución salvó 380 y dejó que se pudrieran 120. Si, como dicen sentenciosos los italianos, la matemática no es una opinión, faltan quinientas mil toneladas. ¿Qué se hicieron? ¡Eso sí es una omisión!.

Si se dice que se las robaron los “rojo-rojitos” del partido, lo más seguro es que se esté diciendo la verdad. Pero eso no interesa tal vez demasiado por aquello de una raya más para un tigre. Ya nos creíamos curados de espanto, pero nos faltaba la mayor de todas las “omisiones”. En su desaparición aparecen los nombres de Bolipuertos, Alimport y sobre todo una ministra también cubana y miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Sin ocultarlo siquiera, esta señora dirigía esas importaciones (y esas omisiones) si no con el rango formal, sí con la autoridad real de un ministro venezolano.

¡Y ésta si es una omisión, compadre! Se sabía que en el gabinete venezolano tenían su guarida los “cuarenta ladrones” del cuento oriental. Cosa explicable, camaradas y amigos del PUSV, por lo nuevo de nuestro proceso. Pero lo que no se sospechaba era que después de medio siglo de Revolución, el “hombre nuevo” cubano tuviese las uñas tan largas.

hemeze@cantv.net

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